La comunicación sincera
Quizás el título no refleja con exactitud lo que realmente quiero exponer. A medias.
No obstante, en la práctica diaria del trabajo psicológico con adolescentes, se aprecia una realidad que en muchas ocasiones también es exportable a los adultos. ¿Por qué nos cuesta tanto realizar una comunicación sincera de nuestras emociones negativas?
Muchos de los enfados de los hijos con los padres y viceversa vienen motivados por esta dificultad. Pongamos un ejemplo (real):
Chica de 14 años, a la que llamaremos Laura, y hermano de 9 años. La madre de ambos refuerza cariñosamente al hermano pequeño por haber realizado satisfactoriamente la ayuda que ésta le había pedido. A continuación, la madre le pide ayuda a la hermana para otra tarea y ésta le responde: “Déjame en paz, pídeselo a mi hermano, puesto que parece que le quieres más a él”. E inmediatamente se va a su habitación y se encierra en la misma dando un portazo.
Al explorar con Laura esta situación, que se repite constantemente de un modo más o menos parecido en el contexto familiar, ésta reconoce que no cree que su madre quiera más a su hermano que a ella. Así mismo, se siente mal por haber reaccionado de ese modo, intentando dañar emocionalmente tanto a su madre como a su hermano. Afirma que quiere mucho a ambos. Entonces, si les quiere mucho, si sabe que su madre también la quiere a ella, ¿por qué reacciona de este modo? ¿Por qué intenta hacer sentir mal a su madre?
En realidad es una respuesta de frustración. De frustración porque lo que ella desea está al alcance de su mano y no se atreve a pedirlo. Lo que quiere, lo que le gustaría, es que su madre también le ofreciera esas muestras de cariño. Le diera su cobijo maternal, su apoyo emocional en forma amor.
Pues si es así de fácil, así de sencillo, ¿por qué no lo hace? Es más, cuando su madre, de vez en cuando intenta abrazarla, besarla o mostrarle su amor de una manera explícita, Laura la rechaza, huye, le dice “no seas pesada”.
¿Existe alguna explicación para estos comportamientos tan contradictorios? ¿Es Laura una chica con algún trastorno de personalidad? ¿Podemos pensar que su madre trata injustamente a Laura?
Necesidad de ser uno mismo en la adolescencia
Sabemos que la adolescencia es un período muy especial en la vida de las personas. Es la época del despertar intelectual, sexual, el descubrimiento de un nuevo universo, el inicio de algunos comportamientos adultos, el atrevimiento, la exploración de lo prohibido. Esto supone muchas veces asumir riesgos no comprendidos por los adultos: el comienzo de la individualización como persona y, cómo no, la aparición también de muchos miedos, sobre todo aquellos relacionados con el miedo al rechazo.
Tomando el ejemplo de Laura y haciéndolo extensible a numerosas situaciones que se dan en los conflictos padres-hijos, nos encontramos con que el adolescente quiere y necesita ir individualizándose de sus padres, de sus opiniones, de su ideología, de sus normas, de su estética y demostrar que ya no es un niño. Por ello, no puede permitirse ser tratado como tal y se vuelve protestón, arisco y evitativo ante las muestras de cariño explícitas por parte de sus progenitores. “Eso son cosas para los niños, yo ya no lo soy”, es el pensamiento que sustenta dichos comportamientos y actitudes.
Sin embargo, y aquí comienza el conflicto, por otro lado necesita ese afecto, esa atención, ese paraguas emocional. Todavía no tiene la madurez ni la seguridad necesaria para no desear con frecuencia el cariño de los padres. Se encuentra atrapado entre dos necesidades aparentemente contradictorias entre sí; crecer, hacerse adulto y seguir protegido emocionalmente por papá y mamá.
Esta disyuntiva le produce una gran frustración, irritabilidad, que se hace más visible cuando se dan situaciones concretas en las que se pone de manifiesto. Normalmente, el adolescente escoge la opción de demostrar su madurez, su camino hacia la persona adulta, y, por eso, rechaza las muestras de cariño de los progenitores. No obstante, siente una gran desazón y frustración porque también las desea enormemente y por ello responde negativamente, con irritación.
La importancia de saber manejar las emociones
Claro está que todos estos procesos y dudas que le ocurren no son muy claras para él o ella. Son procesos automáticos de los que solamente suele reconocer las circunstancias que los ponen de relieve y no se da cuenta de lo que realmente le pasa. Se da cuenta de lo “pesado o pesada” que es su padre o madre, porque lo trata como a un niño, porque no le deja tomar todas sus decisiones, porque le da muestras de cariño delante de otras personas y esto le avergüenza y le enfada, pero no es capaz de comprender que lo que le ocurre es que todavía tiene necesidades infantiles que desea pero que no se puede permitir.
Por esto es tan importante aprender a comunicar nuestras emociones negativas desde la infancia. Como hemos visto, quizás el adolescente no sepa exactamente qué le ocurre, pero sí puede expresar su malestar de un modo diferente al enfado, a faltar al respeto o incluso a agredir verbal o físicamente. Desde pequeños hay que intentar que los niños y niñas verbalicen, no solamente cuando se encuentran bien, sino cuando están tristes, enfadados. Es necesario darles un tiempo, una conversación, para que sean capaces de decir qué emoción sienten, por qué creen que viene producida y qué se puede hacer para manejarla. Además de, como adultos, ajustar dicha respuesta con los hechos acaecidos.
Si enseñamos a los niños a conocer sus emociones, a expresarlas y a manejarlas en lo posible, les daremos unas herramientas muy útiles para gestionar las numerosas situaciones desagradables que les van a ocurrir en su vida, protegiéndoles contra las mismas.
Si nuestra Laura del ejemplo, en lugar de la respuesta que ya conocemos le hubiera dicho a su madre:
“Mamá me siento mal cuando me tratas como a mi hermano, como si fuera una niña pequeña, y ya tengo 14 años, pero también necesito tu cariño” la situación cambiaría enormemente. Su respuesta no sería agresiva, por lo que no causaría daños a otros, expresaría las emociones que le han provocado el comportamiento de su madre, por lo que ésta sabría qué le ocurre a su hija y podría entenderla y explicarle, así como modificar sus comportamientos si así lo estimara. Es decir, se podría resolver el problema, ajustando las necesidades de cada uno con las conductas emitidas.
La importancia del estado emocional
En numerosas ocasiones nuestras respuestas a ciertos estímulos están condicionadas por el estado emocional en el que nos encontramos y no son un reflejo real de lo que la situación en sí nos provoca. Por ello, el poder establecer una comunicación clara y sincera entre padres e hijos es una clave fundamental para resolver conflictos, evitar que se enquisten y establecer un ambiente familiar sano y cordial que facilitará la cohesión y protegerá de la mayor parte de las inclemencias emocionales.
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